Flotando en el agua, Carlos Congregado (2013) |
Como una criatura que aprende a
caminar… ¿Cuántas veces en la vida te debes volver a levantar? Nadie sabe
cuántas caídas le tocará enfrentar y dicen que eso no es lo importante, que da
lo mismo los tropiezos, las sacadas de cresta o el dolor de las heridas, que la
gracia de vivir es saber sacudirse, limpiarse y seguir. Continuar una vez más,
con las lecciones aprendidas. Como ese ser pequeño que a punta de tropezones
logró andar y abrirse camino entre un montón de dificultades para después correr,
saltar, trepar y avanzar.
Sin duda, para mí, vivir en depresión
ha sido la caída más difícil hasta ahora. Quedar con el cerebro y el alma
literalmente fundidos es por lejos una prueba tan re difícil que son muchos los
que no logran superarla a costa de la propia vida o de cargar con esta
enfermedad como una cadena perpetua. Por más que leo, estudio y tapo en
preguntas a mi terapeuta, la depresión no me deja de sorprender por lo cabrona
que puede llegar a ser.
Hace unos días leí una nota muy
sencilla, de un portal cualquiera, algo así como “Qué le pasa a tu cerebro cuando
sufres depresión” y vaya que me espanté. Aunque finalmente no resultó ser ninguna
novedad porque ya me lo habían explicado, seguro lo olvidé en algún momento y
ahora me tocó recordarlo en un flash back doloroso.
¿Puede ser tan difícil elegir una botella de agua?
Hace unas semanas vi la película A Mouthful of Air, un retrato muy bien
logrado de la depresión post parto y de las escenas que más me tocó la fibra,
ocurre cuando Julie, su protagonista, intenta elegir una botella de agua en el supermercado
y no puede, no hay caso. Por más que se esfuerza, no logra realizar una simple
compra y ese es un ejemplo claro de las tantas dificultades que se presentan en
la mente de una persona que sufre depresión.
Recuerdo la tarea titánica de realizar
una transferencia bancaria, una transacción simple, pero para mí tan compleja y
sobre todo desesperante, cuando en un nuevo intento y al cerrarse una vez más
la aplicación, finalmente tenían que hacerlo por mí. O como las tareas del día
a día ya no eran rutinarias sino tremendos desafíos que no lograba superar. O cuando
no era capaz de sostener una conversación porque simplemente olvidaba lo que
tenía que decir.
Y ni hablar de tareas más complejas
¿La labor intelectual?
Simplemente se fue al tacho de la basura. Todo lo aprendido, mis habilidades,
la escritura que amo... ¿Mantenerme en las páginas de un libro? ¡¡¡Imposible!!!
Día a día fui observando una nueva versión de mí que me parecía absolutamente
extraña, deteriorada, discapacitada y que no respondía por más que la presionaba,
lo que obviamente empeoraba las cosas. Todo cada vez más complejo entre el no
aceptarme, rechazar esta nueva persona que no me gustaba para nada y no
entender por qué mi cabeza pareciera haber decidido no responder más y punto.
Al comienzo del tratamiento la cosa no parece mejorar, todo lo contrario. Los fármacos te ponen en modo pausa, en algún momento del camino sentí que me hacían más mal que bien y decidí suspender uno, el que según yo no servía para nada. Gravísimo error. El mismo que a Julie le costó la vida. Tal como ocurre en muchísimos casos, me las di de mi propio médico y quité el fármaco más importante de todos y que no puede faltar. Un error que cometí por pura ignorancia y eso que soy una paciente bastante matea o al menos eso pensaba…
Le conté a mi doctora sólo cuando
sentí que me moría por el síndrome de abstinencia y que ocurrió al segundo día de
suspender el medicamento. Afortunadamente mi cuerpo habló para alertarme y
luego del llamado de atención familiar respectivo, retomé el tratamiento como
es debido.
Una vez superada esta gran metida de pata en la fase más intensa del tratamiento, no recuerdo muy bien cuándo exactamente comencé a darme cuenta de los avances. Es muy probable que no ocurriera en un solo momento, sino durante un proceso tan brutalmente lento que realmente piensas que no vas a salir nunca. Muchas veces llegué a pensar que quedaría así para siempre.
Puede sonar muy cruel hacia uno mismo,
pero lo piensas muchas veces: “quedé bruta, lo intento, pero no puedo”. Hacía todo
lo posible en términos médicos, espirituales y hasta metafísicos, pero siempre
estaban esos días que realmente te cansas de esforzarte tanto para sentirte
bien. Un estado, una sensación, un sentimiento que debería ser natural, que
debería fluir. SENTIRSE BIEN… ¿no es acaso a lo mínimo que debemos aspirar? Ni
siquiera ser felices, sólo sentirse bien.
Y de pronto ocurre el milagro
No sé bien cuando ni por qué,
pero de pronto te das cuentas que nuevamente estás haciendo cosas que hace un
par de meses te resultaban imposible. Te sorprendes disfrutando de las cosas
simples, admirando la belleza, riendo y apreciando momentos especiales que
antes pasaban de largo. La anhedonia es uno de los efectos más tristes de la
depresión. Se trata de una falta de reactividad a estímulos placenteros porque
realmente eres incapaz de disfrutar de todo aquello que antes te encantaba. Pero
afortunadamente es un efecto pasajero al igual que la pérdida de tus
capacidades cognitivas.
Y así volví a leer, escribir,
hablar como loro de nuevo, firmar documentos, realizar una transferencia
bancaria, reír, disfrutar y amar. Iniciar un emprendimiento, luego otro y otro.
Si, pude impulsar tres iniciativas súper distintas unas de otras y que fueron
una escala para llegar a cumplir mis sueños de hoy. Estudio mucho, creé este
blog y hoy me dedico de lleno a las comunicaciones que me apasionan. Ese mismo
ser que hace un par de meses no podía hilar una frase lógica.
Es que la mente es realmente
impresionante y esas conexiones neuronales que un día dijeron ya no más, de
pronto comenzaron a funcionar de nuevo y encenderse como una oficina abandonada
luego del terremoto, con todos los papeles tirados por el suelo y los vidrios
rotos. Poco a poco todo se reconecta y lentamente se pone en movimiento. Mi terapeuta
me aconsejó imaginar mi cerebro como un tren que debe comenzar a moverse. No lo
podrá hacer rápido de inmediato, sino que lo hará muy lento y a medida que
avanza, podrá aumentar su velocidad hasta llegar a su constante.
Entender esto es bastante difícil
para los ansiosos, pero es vital para no frustrarse y caer cada cierto tiempo
en un bajón por no ver avances y si, más de una vez pensé que no volvería a ser
la misma. Luego de dos años viviendo con el tipo de depresión más cabrona,
estoy muy, muy lejos de ser la misma, pero ponerme en modo supervivencia y
esforzarme por mejorar, no sólo logró sanarme sino fortalecerme y crear una
mejor versión de mí.
Cuando me dijeron que algún día
daría las gracias por vivir en depresión, me quedé mirando con una cara de
horror… y “de qué burrada me estás
hablando”. Pero el sentido de aquella expresión es simplemente porque esta
enfermedad te muestra las capas de tu existencia que necesitan ser revisadas
para poder avanzar, evidencia las grietas de tu alma por donde se están colando
las posibilidades de ser feliz. De conocerte mejor, de abrir tu mente, aprender
y conectarte con el resto. De ser más humana y consciente del entorno, en
definitiva, te permite crecer.
Dicen que sanar la depresión es
un proceso lento y que, para algunos, toma toda la vida. Más allá de los
avances y de lo plena que me siento, aún hay momentos que veo venir esas nubes
viejas que no son las típicas de un mal momento. Estas son más crueles, duras y
oscuras. La diferencia es que ahora se instalan por menos tiempo o veces simplemente
pasan de largo.
Si bien pasé de 8 fármacos diarios
a sólo 1 en su dosis mínima, aún no me dan ese alta simbólico tan deseado en su
momento pero que a esta altura ya ni lo espero. Tal vez porque asumí que, en
una de esas, necesitaré esos 50 mg for ever para que la serotonina no se me
arranque de fiesta por ahí.
Entender que otras tormentas
vendrán y podré ser fuerte, no por simple imposición sino porque ya aprendí a
nadar y hoy tengo herramientas psicológicas y actos de sanación que hace 2 años
atrás no estaban asentados en mi alma. “Hasta Hércules se puede ahogar en una
piscina si no sabe nadar”, le explicaba su psiquiatra a Julie en A Mouthful
of Air, porque para superar esta enfermedad no se trata de ser fuerte, sino
de buscar todos los recursos y la ayuda necesaria para no hundirse y flotar
maravillosamente en el agua calma.
Que bien escribes mi querida prima.Te felicito..!!!!
ResponderBorrarMe llego al alma todo lo que describes
La mente es muy poderosa.
Pero es