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Adiós muchacho de ojos tristes


 

Tenía quizá la mirada más dulce que he visto, con sus ojos color miel. Divertido, tierno, inquieto. Así lo conocí cuando apenas cumplía 16, comenzando a vivir aquella etapa intensa por lo que sería muy difícil o casi imposible resistirse a ese amor tipo huracán devastador: intenso y fugaz, que a su paso no dejó hebra de mi alma sin remecer.

Pasó dos veces ese huracán por mi vida, a enseñarme la intensidad de las emociones, la misión de ese dolor que te hace crecer y la voluntad para soltar lo que te daña, aunque lo ames con locura. Sin duda una lección que nunca olvidé y que me preparó para soltar varias veces más en los años que vinieron.

Es que esos ojos color miel también tenían una profunda tristeza, que me costó muchas veces comprender con mis pocos años. Esos silencios que acompañaban su mirada perdida, donde no lograba descifrar sus cambios de luces a sombras, perdiéndome a ratos en su intermitencia o esperando la claridad que siempre fue fugaz.

Sanar las emociones era alejarse de él así que sin mayores opciones para mantener lo que quedaba de cordura, nunca más lo volví a ver.

Siempre me pareció muy raro eso. Sobre todo porque regresé muchísimas veces, a las mismas calles, los mismos amigos, el mismo escenario detenido en el tiempo pero la vida quiso que en mi recuerdo quedara sólo la imagen de un muchacho de ojos tristes. Nada, ni siquiera una silueta a lo lejos o una rápida visión del adulto en el que se había convertido. Sólo supe al pasar, de sus dolores. Dicen que profundos y no lo dudo. ¿Es que acaso esos ojos que recuerdo tan tristes pudieron alguna vez reflejar un alma clara?

Espero que sí, deseo imaginarlo con una vida feliz

Que disfrutó a mil, que rio con escándalo, que se empapó de la naturaleza que amaba, que vibró con cada galope en libertad atravesando cerros con su caballo. Que sintió el río, la inmensidad de la noche, del amor de su familia, la infinidad de amigos, de ver crecer a sus hijos. Que vivió, cómo pudo y cargando sus fantasmas, pero vivió hasta el día en que no quiso más. ¿Y acaso se puede juzgar el cansancio? Claro que no y menos aún si no se logra siquiera imaginar lo que es vivir con una mente que queriendo jugar con la fantasía, cada cierto tiempo, te muestra tentadoras posibilidades de terminar con el dolor que cargas quizá, toda la vida.

Con esta enfermedad tan terriblemente silenciosa es difícil saber cuando comienzan a aparecer las ideaciones, de allí a la planeación y de allí a concretarlo. No se sabe cuando comienza y no se sabe qué tan rápido puedes saltar de un paso al otro. Por eso un tratamiento correcto, cuidadoso, controlado es fundamental para sobrellevar la depresión. Hacerte amigo de tus medicamentos y no resistirte a ellos, sin abandonar al sentir que ya estás bien. ¡Y vaya que he cometido ese error! No una vez, sino varias.

Sin duda la familia hace todo lo que esté en sus manos para ayudarnos

Los amigos se transforman en atentos vigilantes de cualquier cambio para levantar la bandera roja y por eso aparece esa tan devastadora sensación de haber podido hacer más. Pero desde afuera no se puede saber fácilmente lo que pasa en nuestras mentes y mucho menos lo que nos va apagando el alma. Así nos transformamos en nuestros propios guardianes. Responsables de buscar distintas formas de bienestar, amarnos, acariciarnos y cuidarnos para vivir mejor y así, aunque se vuelva oscuro, podamos encontrar la forma de volver a la luz nuevamente.

Quizá en una próxima vida nos volvamos a encontrar, hoy sólo puedo abrazarte en mis sueños.

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